"A incredulidade de Tomé" de Caravaggio
(Versión en español en los comentarios)
* Tomé, um dos Doze, a quem chamavam o Gémeo, não estava com eles quando Jesus veio. Diziam-lhe os outros discípulos: «Vimos o Senhor!» Mas ele respondeu-lhes: «Se eu não vir o sinal dos pregos nas suas mãos e não meter o meu dedo nesse sinal dos pregos e a minha mão no seu peito, não acredito.» Oito dias depois, estavam os discípulos outra vez dentro de casa e Tomé com eles. Estando as portas fechadas, Jesus veio, pôs-se no meio deles e disse: «A paz seja convosco!» Depois, disse a Tomé: «Olha as minhas mãos: chega cá o teu dedo! Estende a tua mão e põe-na no meu peito. E não sejas incrédulo, mas fiel.» Tomé respondeu-lhe: «Meu Senhor e meu Deus!» Disse-lhe Jesus: «Porque me viste, acreditaste. Felizes os que crêem sem terem visto!»
Não sei se são contos.
A morte não foi um jogo.
O véu rasgou-se, sim,
mas o corpo,
em tarde eclipsada,
foi acolhido em braços caídos.
O desalento, a cor, o silêncio,
o retumbar da pedra
na escuridão da gruta,
foram testemunhas do fim.
Pedem-me para crer?
Depois de tanto vivido,
estou cansado de fantasmas,
de histórias desencantadas,
de entusiasmos gastos
pelo etéreo sem mundo.
Apenas peço que os sentidos
doados ao nascer
sejam o registo
desta minha forma de fé.
Eu quero crer.
Escuto o meu nome.
Escuto o meu nome.
Obediente estendo a mão.
Vejo e toco as marcas
da História viva.
Será paz o que me envolve?
Ou a certeza de que sou atendido
nas preces da agitação?
Creio, Senhor.
[Jn 20, 24-29]
ResponderEliminarTomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
No sé si son cuentos.
La muerte no fue un juego.
El velo se ha rasgado, sí,
pero el cuerpo,
en tarde eclipsada,
fue acogido en brazos caídos.
El desaliento, el color, el silencio,
el retumbar de la piedra
en la oscuridad de la gruta,
fueron testigos del fin.
¿Me piden para creer?
Después de tanto vivido,
estoy cansado de fantasmas,
de historias desencantadas,
de entusiasmos gastados
por el etéreo sin mundo.
Apenas pido que los sentidos
donados al nacer
sean el registro
de esta mi forma de fe.
Yo quiero creer.
Escucho mi nombre.
Obediente extiendo la mano.
Veo y toco las marcas
de la Historia viva.
¿Será paz lo que me envuelve?
¿O la certeza de que soy atendido
en las preces de la agitación?
Creo, Señor.