Brice Portolano
Hoje estreei-me como "pregador dominical": fiz a minha primeira homilia. Está em espanhol. Peço desculpa, mas de momento não tenho tempo para a traduzir.
A pesar de encontrarnos en tiempo Pascual, estamos en lleno en la rutina, en lo cotidiano de nuestra vida: trabajo, estudios, esperas en el desempleo o de noticias que pueden cambiar algo de la vida. Así estaban los discípulos, en su rutina, en sus labores de pesca... en una noche más que no cogieron nada. Entonces es cuando aparece Jesús, al amanecer, y, a semejanza de lo que había pasado en la otra noche en que no habían pescado nada, les pide que echen las redes. Los discípulos respetan la autoridad que transmite Jesús, aunque no lo han reconocido todavía, y ya no contestan como de la otra vez: “Pero, ¿cómo? Hemos pasado toda la noche sin coger nada y ahora nos pides...” No. Esta vez, escuchan y lo hacen. Y recogen hasta ciento cincuenta y tres peces (el número total de especies conocidas en aquél tiempo) y grandes.
Me detengo un poco: noche y amanecer. El amanecer es algo muy suave: el cambio de los colores y los primeros sonidos. Empezamos a ver y a escuchar de otro modo después de la noche que podemos haber pasado en nuestra vida. Son las mismas realidades, pero con otro enfoque. Jesús resucitado aparece con el amanecer, trayendo una nueva luz sobre la vida. De forma suave. Los pasajes que relatan las apariciones, siempre hablan de paz. Jesús diciendo, por ejemplo: “la paz esté con vosotros”. Este no relata la paz directamente, sino a partir de una imagen luminosa. La paz de un nuevo día, de una nueva oportunidad desde la suavidad de la luz que permite ver de otro modo los acontecimientos de la vida. Dos de los discípulos, el que “Jesús quería” y Pedro, en este amanecer lo reconocen por la voz y por el suceso de la pesca.
Volvamos al dinamismo del relato: los discípulos se dirigen a la orilla, controlando la barca y recogen los peces pescados. Es fácil imaginar la cantidad de sentimientos que están dentro de estos discípulos. No es para menos, con todo lo que estaban pasando de extraordinario, cuando menos esperaban. Sin embargo, no es posible percibir lo que pasa, si no hay momentos de calma para una buena reflexión. Así, hay que parar y pensar lo que cada cual vive en su corazón, dejando que el amanecer ilumine las nuevas perspectivas de la realidad. “Almorzad”, “Comed”. Es decir, “vamos parar y escuchar ahora lo que lleváis dentro” y quizás compartir. No olvidar que aquí todos ya habían percibido que estaban ante el Señor. Los discípulos terminan la faena, compartiendo juntos, en comunidad, la comida también preparada por Jesús.
En esto, nunca es demás resaltar la dimensión comunitaria que la resurrección invita. Volvamos al número de los peces: ciento cincuenta y tres. La totalidad, que además no rompen las redes. Para la Iglesia nadie sobra, nadie está de fuera... todo el mundo es acogido en su seno. Todo el mundo que vive una cantidad de sentimientos, precisamente en la rutina de su cotidiano. Aquí, este lugar, con todo lo que significa, es el local donde se debe sentir a gusto. Y nosotros, sus miembros más activos (no, no sólo los curas, sino todos y todas), los que reconocen inmediatamente el Señor, somos llamados dar ese paso de escucha y de acogida de los distintos “peces”, en que muchas veces pueden ser muy distintos de nosotros. No tenemos de nos preocupar: como se ve, la red no se rompe.
Sin embargo, este no es un camino en que uno se despierta por la mañana y “ah, ya soy una persona que acoge”. El trabajo de acogida, de apertura de corazón, lleva su tiempo... su amanecer.
Sigamos mirando el Evangelio, centrándonos ahora en el profundo diálogo con Pedro. Imagino a Jesús a invitar Pedro a dar un paseo: “Venga, vamos...”. Me acuerdo que cuando he leído este pasaje en las primeras veces hacía años, la sensación era de indignación: “!Qué pesado es Jesús! ¿No le basta con una respuesta? ¿Tiene de preguntar tres veces?”. Uno va creciendo, leyendo y viviendo otras cosas, y percibe que Jesús de pesado tiene muy poco o nada, y que yo soy el que pasa por la torpeza de pensamiento y corazón.
¿Quién no hay pasado por la duda? ¿De fe, con uno mismo, con los demás? Yo sí. Y Pedro también, al punto de haber negado Jesús tres veces. El hombre fuerte que decía “Yo te seguiré donde sea”. Jesús le contestó en esa vez: “Tranquilo hombre, ya verás...” Así, fue: “No lo conozco”; “No soy su discípulo”; “No sé quién es”. Esto tiene una fuerza tremenda. Muchas veces hay miedos sobre quienes dudan de la fe, los ateos, los que rechazan la Iglesia, porque “ellos no, sino que yo soy el que siempre te seguirá”. Tranquilo, tranquila... El camino de encuentro con Jesús tiene día, noche y amanecer. Así pasó con Pedro, así pasa con cada persona. Es preciosa la forma como Pedro contesta por tercera vez. Después de haber negado, lloró amargamente. Ahora, se entristece, o quizás vuelve la vergüenza, y responde: “Señor, tu sabes todo... mis debilidades, mis impulsos sin pensar, también como soy un buen hombre que da lo mejor que puede... Señor, tu sabes que es así como soy que te quiero”.
Entonces, es con este reconocimiento, por un lado, del Señor Resucitado, por otro, con el reconocimiento que uno no es llamado a ser superhombre o supermujer, que se pueden dar pasos en comunidad (Ventilleros, Arrupe, Parroquia, Iglesia). Comunidades que viven la fuerza y la debilidad de sus miembros, ya no en un deseo de perfección, sino de plenitud. Por ejemplo, en ayuda de gente desempleada, como Cáritas-Madrid nos invita hoy, a través de la Campaña contra el desempleo, con el lema “Estamos contigo”. Como se dice en el comunicado de esta campaña: “Cáritas Madrid está junto a muchas personas que están padeciendo esta situación, e intenta recuperar su autoestima, su integración social y su sentimiento de dignidad.”
Aquí está una forma de apacentar las ovejas: la ayuda a la gente que sufre el desempleo. Sin embargo, sea cual sea el modo de ayudar, este sólo es posible después del amor profundo que uno siente por parte de Jesús, que no se impone, y nos invita a mirar interiormente. Esta mirada interior es la que conduce al amanecer de la relación con Dios y con los demás. En el Evangelio, sólo al final de este diálogo, y después de la respuesta que sale de las entrañas, Jesús dice a Pedro, o a Fran, o a Erika, o a Tomás, o a Seve, o a Maité, o Paulo, o a Toño, o a Leti... o a [que cada uno, cada una, ponga su nombre]: “Sígueme”. Amén.
Que bonita forma de amanhacer! Parabéns e obrigada por se dedicar na ajuda de outros no seu caminho para partilharem esse Amanhecer. Há uns tempos atrás quando estava na missa,na parte da Homilia pensava na sua importância para viver melhor a Missa e o que levamos dela. O Pregador falava, mas creio que não chegava aos ouvintes. Digo isto por mim, mas também pelos olhares dispersos, pelos gestos, etc. Acho que precisamos de palavras vivas que nos prendam atenção e que façam eco nos nossos corações. Por isso, parabéns e gostava que lhe pedir para partilhar as suas homilias neste espaço (se não for sempre, algumas vezes) Obrigada. Maria Oliveira
ResponderEliminarMaria, muito obrigado pelo que me diz. Estou a começar... espero que as minhas homilias possam ajudar, sim, mas também pedindo para que mantenha a consciência viva de que sou um interprete, respeitando, por um lado, a Palavra que interpreto, por outro, as pessoas a quem me dirijo. :)
EliminarAssim o farei, Maria. Mais uma vez, obrigado!
Um abraço.